Aimee subió hacia su habitación.
Empujando la puerta para abrirla, se detuvo cuando captó una esencia familiar.
Fang.
Su corazón se aceleró cuando cerró la puerta de golpe para buscarle. Pero él no estaba allí. Quería llorar… al menos hasta que se dio cuenta de que su esencia todavía era fuerte junto a su tocador.
Miró debajo de una pila de papeles para encontrar una pequeña caja. Levantándola, inhaló la esencia inequívoca de Fang. Cómo le extrañaba. Sus ojos lloraban, desempaquetó el regalo y abrió la caja para encontrar un pequeño medallón. Tenía una garra de oso gravada alrededor de un diamante en el frente. En la parte de atrás estaba la garra de un lobo. Pero era lo que había en su interior lo que hizo que cayeran sus lágrimas.
Era un trozo de su pelo. Aimee sollozó al verlo. Los animales no daban cosas así. Con ese pelo, un enemigo podría rastrearlo a través del tiempo.
Pero él confiaba lo bastante en ella como para dejarle tenerlo. Nada le había llegado más.
Su mano temblando, cerró el medallón y se lo colgó al cuello. La larga cadena caía entre sus pechos, y lo metió en su sujetador de modo que pudiera tenerlo tan cerca como fuera posible de su corazón y mantenerlo fuera de la vista de los otros.
Cuando se estiró a por la caja, se dio cuenta de que había una nota en el fondo. Desdoblándolo, sonrió ante el típico comentario de Fang.
Te extraño.
No “te amo”. Nada tonto o romántico. Sólo una corta y clara verdad.
—Yo también te extraño.—susurró ella, intentando detener las lágrimas. Y fue entonces cuando levantó la mirada para ver la marca de una mano impresa en su espejo.
La de Fang.
Aimee levantó la mano hacia esto, colocando la palma contra la impresa de él.
—Un día, Fang. Un día…
Fang parpadeó mientras observaba a Aimee a través de la ventana. En forma de lobo, era capaz de ocultarse a través del oscurecido cielo. Quería abrazarla tan desesperadamente, pero sabía que era mejor no intentarlo. Su mera presencia la ponía en peligro.
—Un día, Aimee…
(traducido por DHL)
Empujando la puerta para abrirla, se detuvo cuando captó una esencia familiar.
Fang.
Su corazón se aceleró cuando cerró la puerta de golpe para buscarle. Pero él no estaba allí. Quería llorar… al menos hasta que se dio cuenta de que su esencia todavía era fuerte junto a su tocador.
Miró debajo de una pila de papeles para encontrar una pequeña caja. Levantándola, inhaló la esencia inequívoca de Fang. Cómo le extrañaba. Sus ojos lloraban, desempaquetó el regalo y abrió la caja para encontrar un pequeño medallón. Tenía una garra de oso gravada alrededor de un diamante en el frente. En la parte de atrás estaba la garra de un lobo. Pero era lo que había en su interior lo que hizo que cayeran sus lágrimas.
Era un trozo de su pelo. Aimee sollozó al verlo. Los animales no daban cosas así. Con ese pelo, un enemigo podría rastrearlo a través del tiempo.
Pero él confiaba lo bastante en ella como para dejarle tenerlo. Nada le había llegado más.
Su mano temblando, cerró el medallón y se lo colgó al cuello. La larga cadena caía entre sus pechos, y lo metió en su sujetador de modo que pudiera tenerlo tan cerca como fuera posible de su corazón y mantenerlo fuera de la vista de los otros.
Cuando se estiró a por la caja, se dio cuenta de que había una nota en el fondo. Desdoblándolo, sonrió ante el típico comentario de Fang.
Te extraño.
No “te amo”. Nada tonto o romántico. Sólo una corta y clara verdad.
—Yo también te extraño.—susurró ella, intentando detener las lágrimas. Y fue entonces cuando levantó la mirada para ver la marca de una mano impresa en su espejo.
La de Fang.
Aimee levantó la mano hacia esto, colocando la palma contra la impresa de él.
—Un día, Fang. Un día…
—Un día, Aimee…
(traducido por DHL)
1 comentario:
ya me mato ese pequeña historia....dios quiero el libro!!!!!!!!
fiona
Publicar un comentario